Los transportes en Gran Canaria están muy bien organizados. Cada ruta cumple estrictamente con el horario establecido. Si dice que pasará por esa parada a las 12:57, a esa hora pasa (tal vez 1 o 2 minutos antes o después). Pero, la línea que pasa por la Facultad lo hace cada media hora, así que si se te pasa una, deberás esperar 30 largos minutos hasta la próxima.
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La parada de guguas de la Facultad está junto a la autopista Los Cardones. La autopista corre paralela a la costa. Así que sí se me pasa una guagua tengo frente a mí la vasta infinidad del océano Atlántico para poderme hundir en mis ideas y pensamientos sin preocuparme más que por el volumen de mi mp3 (que no debe permitir que el ruido de los carros a toda velocidad me interrumpa).
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Cuando comienzo el descenso desde la Facultad hasta la parada, la vista es impresionante. Y entonces no puedo evitar acordarme de Ensenada y de la UABC, que no tiene nada que envidiarle a la ULPGC en cuanto a paisaje se refiere. Aunque bueno…ejem…en la UABC puedes bajar a la playa a disfrutar de los gélidos vientos y las gélidas aguas que bañan a las algas y moluscos “cimarrones”. Pero ahora, mientras veo el azul infinito del paisaje que tengo ante mí pienso: “¿Qué fregados hago aquí, teniendo todo esto allá? Y con mi gente, y carro y tacos!!” Porque lo que extraño es más valioso que la “preparación académica” que supuestamente estoy recibiendo.
Pero entonces pienso en que ningún viaje es inútil. Porque de todos se aprende algo y yo, más allá de tener la posibilidad de regresar sabiendo un poquito más que cero sobre patología de cetáceos, tengo la oportunidad de aprender más sobre mí y sobre la vida. Porque no se cierran las puertas sin que se abra una maldita ventana…y mi ventana es el mar. Ese mar que me obliga a recordar por qué emprendí ésta aventura; que me hace pensar en una Mónica que quería conocer el mundo, que quería cambiar de ambiente, aprender de otros y que tenía sed de retos. Y entonces vuelvo en mí y busco en mí y lo veo…aún soy esa Mónica.
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La parada de guguas de la Facultad está junto a la autopista Los Cardones. La autopista corre paralela a la costa. Así que sí se me pasa una guagua tengo frente a mí la vasta infinidad del océano Atlántico para poderme hundir en mis ideas y pensamientos sin preocuparme más que por el volumen de mi mp3 (que no debe permitir que el ruido de los carros a toda velocidad me interrumpa).
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Cuando comienzo el descenso desde la Facultad hasta la parada, la vista es impresionante. Y entonces no puedo evitar acordarme de Ensenada y de la UABC, que no tiene nada que envidiarle a la ULPGC en cuanto a paisaje se refiere. Aunque bueno…ejem…en la UABC puedes bajar a la playa a disfrutar de los gélidos vientos y las gélidas aguas que bañan a las algas y moluscos “cimarrones”. Pero ahora, mientras veo el azul infinito del paisaje que tengo ante mí pienso: “¿Qué fregados hago aquí, teniendo todo esto allá? Y con mi gente, y carro y tacos!!” Porque lo que extraño es más valioso que la “preparación académica” que supuestamente estoy recibiendo.
Pero entonces pienso en que ningún viaje es inútil. Porque de todos se aprende algo y yo, más allá de tener la posibilidad de regresar sabiendo un poquito más que cero sobre patología de cetáceos, tengo la oportunidad de aprender más sobre mí y sobre la vida. Porque no se cierran las puertas sin que se abra una maldita ventana…y mi ventana es el mar. Ese mar que me obliga a recordar por qué emprendí ésta aventura; que me hace pensar en una Mónica que quería conocer el mundo, que quería cambiar de ambiente, aprender de otros y que tenía sed de retos. Y entonces vuelvo en mí y busco en mí y lo veo…aún soy esa Mónica.